Un recorrido a lo largo del país muestra la tragedia educativa: chicos escolarizados que no saben leer

“Mi deseo es que no hagan más paros las escuelas”, dice Santino Mesa. Tiene solo 11 años y vive en el barrio Madres a la Lucha en Río Gallegos. Hace más de 15 años que en Santa Cruz no se cumple con el ciclo lectivo completo y eso se traduce en chicos que terminan la primaria sin saber leer ni escribir.

“Tuvimos muchos días en los que no hubo clases y me aburría en mi casa. Ahora estamos con las divisiones de dos cifras. No lo entiendo mucho”, dice este alumno de 5to grado, que cuando sea grande quiere ser militar. Y agrega: “Mis papás no pudieron terminar la escuela. Por eso yo quiero terminar la secundaria”.

Hambre de Futuro recorrió algunas de las zonas más vulnerables del país, y se encontró con los rostros de la tragedia educativa: chicos y adolescentes escolarizados que no saben leer, con serias dificultades para escribir y para hacer cuentas básicas.

“La situación socio económica de las familias es compleja y eso dificulta la trayectoria educativa de los jóvenes porque muchos deben insertarse a edades muy tempranas en el mercado laboral que es muy precario. Además, más del 50% de los padres no tienen el primario completo”, señala Natalia Brutto, directora ejecutiva de Minkai, una organización que brinda becas para que los alumnos de zonas rurales puedan terminar sus estudios.

A simple vista, las carpetas de los alumnos que visitó LA NACION están completas: ellos mismos escribieron consignas, preguntas, respuestas y ejercicios matemáticos que son la fachada de un aprendizaje vacío. ¿Cuál es la trampa? “Yo solo copio del pizarrón”, dice Ramón Moreno, un adolescente de 13 años que ya empezó la secundaria pero no sabe leer ni restar.

Su madre, Yesica, se queja de una promoción automática que deja a sus hijos cada vez más lejos de los conocimientos: “el que va a cuarto grado no aprendió a leer y pasó igual. La que va a quinto no aprendió a leer y también la pasaron. Ellos tienen que ir a la escuela a terminar lo que yo no pude”, Jesica.

No hay un solo factor que determine la debacle educativa. Hay cuestiones estructurales que inciden en la trayectoria de los estudiantes y en sus aprendizajes, como los magros sueldos docentes y su formación, el diseño curricular, la asignación de recursos, las condiciones edilicias y también la manera de enseñar, entre tantas otras.

“En general, vemos que el nivel educativo es relativamente bajo. Los chicos no logran los aprendizajes esperados”, explica Alicia Sandra Diez, referente de Cáritas Paso del Sapo en Chubut. En esta pequeña localidad, aplican el Programa Dale! para que los chicos que están atrasados en su alfabetización, aprendan a leer y a escribir. Dylan Huenchuleo es uno de ellos. “No me enseñan bien en la escuela”, dice este niño de 9 años, que cuando sea grande quiere ser doctor.

LA NACION

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