El clima político en EE.UU. y una luz de optimismo sobre la Argentina

El otoño en la ciudad de Washington es inusualmente apacible. Las temperaturas, muy superiores a las normales, confunden a una vegetación que, para esta altura, ya debería impresionar con esos colores ladrillo, ocre, bordó y dorado tan típicos del follaje de los estados del nordeste, en especial en la zona de los Apalaches. En cambio, predominan aún los tonos verde intenso típicos del verano. Nadie diría que estamos a nueve semanas y media de las fiestas de fin de año. Lo revela la vestimenta expuesta en las vidrieras de las glamorosas tiendas que impactan a quienes han sido habitués de esta capital hasta hace poco tiempo, cuando parecía (excepto algunas construcciones imperiales, en particular los grandes museos y algunos edificios públicos) una austera y simpática urbe de provincia. Es la evidencia de una veloz gentrificación, asociada a la revolución tecnológica y al voraz consumo que de ella hace el aparato de seguridad y defensa de este país.

La notable expansión del gasto público y del tamaño de la burocracia, que creció exponencialmente desde el ataque a las Torres Gemelas, sobre todo durante los gobiernos republicanos (los demócratas fueron algo menos imprudentes en materia fiscal, pero no en cuanto a la cantidad y calidad de las regulaciones en temas típicos de la cultura woke, como el medio ambiente y la agenda Lgtbq+), atrajo una inmigración de profesionales adinerados que trabajan para la versión 3.0 de empresas vinculadas a lo que Dwight Eisenhower llamó “el complejo industrial-militar”. Así, la demografía cambió por completo y el muy alto costo de vida hace prohibitivo para los empleados estatales vivir cerca de sus lugares de trabajo. No es tan grave como en San Francisco o Los Ángeles, pero también aquí se encuentran carpas de homeless incrustadas en los barrios más elegantes.

Absolutamente nada indica que estemos a diez días de lo que muchos observadores consideran la elección presidencial más trascendente de los últimos tiempos. A diferencia de lo que ocurre en los swing states, donde se definirá el colegio electoral, en los distritos donde no existe incertidumbre respecto del resultado no hay nada parecido a un clima de campaña. Washington siempre fue –y sigue siendo– muy mayoritariamente demócrata (azul en la jerga local, en contraposición al rojo de los republicanos). Los sondeos más serios sugieren una elección increíblemente reñida en el nivel nacional, aunque en el mercado financiero muchos consideran que el triunfo de Trump es a esta altura prácticamente inevitable. Mirando las elecciones de 2016 y 2020, hablan de un voto vergonzante subrepresentado en los estudios de opinión pública. Esta industria se defiende: los especialistas más respetados aseguran que aprendieron de los errores recientes y que sus modelos son más sofisticados. En pocos días quedarán develados los principales interrogantes (no solo quién ganará la presidencia, sino también la composición de ambas cámaras) y quedarán en la nada las especulaciones que hoy inundan los principales portales. Mientras tanto, en las redes sociales proliferan rumores, chifladuras y fake news de todo tipo y color que, aunque es muy poco probable que vayan a comprobarse, intentan modificar la peculiar dinámica que ha caracterizado a estos comicios.

Mientras tanto, esta semana se desarrolla la reunión de otoño del FMI y el Banco Mundial, a la que asistió el equipo económico encabezado por Luis “Toto” Caputo. La agenda del evento es diversa, pero sobresalen algunos paneles que plantean un balance de los 80 años de estas instituciones nacidas en Bretton Woods y su renovada misión en un mundo cada vez más fragmentado, inestable, incierto y complejo. No existe aquí nada parecido a un “nuevo consenso” como el que John Williamson sintetizó a comienzos de los 90, pero sí las preocupaciones comunes y cierta resignación, en particular por el creciente proteccionismo y la dislocación de los flujos del comercio y las inversiones globales. También se debaten el notable aumento de transacciones electrónicas y la necesidad de que las autoridades monetarias aseguren transparencia, eviten el fraude y fomenten la integración financiera, sobre todo de sectores sociales vulnerables que trabajan en la informalidad. Y continúan en el centro de las discusiones las estrategias para mejorar las capacidades de los Estados tanto para lidiar con crisis de liquidez (se destaca la propuesta para crear un fondo global que intervenga en el mercado de deuda soberana para contribuir a la estabilidad de países con voluntad de pago) como para implementar reformas que mejoren la eficiencia y eliminen la corrupción y la evasión tributarias.

Múltiples experiencias de países emergentes permiten comprender de forma cabal la naturaleza de estos procesos, con evidencia empírica concluyente que habilita cierto optimismo: sugiere que aquellos que avanzan con decisión en programas sistemáticos de transformación, bien diseñados y respaldados por una mayoría de actores políticos y sociales, logran mejoras significativas y sostenibles en el ingreso per cápita gracias a incrementos de la eficiencia en la asignación de recursos y en la competitividad.

¿Será la Argentina uno de ellos? Eso argumentó Caputo frente a una ávida audiencia de inversores convocados el miércoles por el Banco Santander. El ministro de Economía, reconocido por la publicación Latin Finance como el mejor del año, expuso con solidez lo que a su juicio son los principales motivos para mirar el vaso medio lleno: la convicción de Milei respecto de sus objetivos en materia de estabilización y reformas estructurales, la decisión de avanzar a pesar de eventuales protestas o resistencias, la popularidad que mantiene aun con el severo ajuste implementado y los rápidos resultados obtenidos, fundamentalmente el inédito superávit financiero. “No estamos prometiendo nada, sino mostrando lo que ya hicimos y contándoles lo que vamos a hacer”: más ahorro, reducción de empleo público, eliminación de regulaciones absurdas y una ambiciosa agenda de privatizaciones. Muchos de los presentes asentían esperanzados, pero un experimentado gerente de un fondo de inversión aseguró: “Al margen del RIGI y la cuestión del cepo, me preocupa el típico péndulo argentino: ¿qué pasa si en 2027 o 2031 gana un Kicillof?”. Por su parte, una joven analista de un banco asiático que había tomado nota de las definiciones de Caputo se preguntó: “¿De qué sirve cambiar la AFIP si no se modifica la política tributaria?”.

La cuestión de la secuencia de las reformas que lanza el Gobierno sigue generando interrogantes: “Lo más importante es avanzar en las reformas tributaria, laboral y previsional”, reconoció un integrante del equipo económico. Pero todavía no se sabe si ni cuándo se enviarán los respectivos proyectos al Congreso. “Todos estaremos evaluando el ciclo electoral de 2025″, confesó el CFO de una de las principales casas de bolsa de Brasil. “Si Milei se revela electoralmente competitivo, tu país tendrá un despegue estelar en 2026″.

La gran sorpresa de esta cumbre la dio el titular del Banco Central de Ucrania. Andriy Pyshnyy disertó sobre su experiencia al frente de esa institución en un contexto de una agresión inesperada y extraordinaria como fue la invasión de Rusia. Agradeció la colaboración que recibió de las instituciones financieras internacionales y de los países de la OTAN. “No hubiéramos sobrevivido sin su ayuda, que ha sido vital para nosotros… pero también para ustedes”. Es que si cae Ucrania, quedaría automáticamente comprometida la estabilidad de todo el este de Europa. Y agregó: “Si nos visitan, encontrarán niños jugando y corriendo en nuestros pasillos… como el corazón y la cabeza de los padres están siempre donde se encuentren sus hijos, preferimos que vengan con ellos a que los dejen en sus casas y se arriesguen a que mueran en un ataque aéreo o se queden largas horas sin luz”. Debe haber sido la primera vez en la historia que un banquero central emociona hasta las lágrimas a su auditorio. Pensar que tantas veces nos preocupamos y nos quejamos por cuestiones irrelevantes.

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