La presentación en vivo del disco “Lentamente” en Argentina comenzó el viernes 13 de diciembre en Buenos Aires, siguió otra presentación el 16 en Tucumán (no podía faltar la cuna de Falú); el 17 estuvieron en Salta y el jueves 19 se presentaron en Studio Theater de Córdoba, para despedirse el sábado 21 con un encuentro en Fermín Arte de Autor, presencial en la ciudad de Merlo, en San Luis, pero que pudo seguirse por streaming.
Desembarcaron por estos lares después de darse el gusto de presentar el espectáculo arrancando en París, siguiendo por Barcelona y hacerse tiempo para otras escalas europeas.
Una gira con “todo agotado” como denominador común, por lo que la invitación de Studio Theater para ver en Córdoba el espectáculo, desde ubicación privilegiada, resultó casi un honor y una bendición.
Es de esos espectáculos que se vivencian, se vibran, se lloran y se ríen. Y se aplauden a rabiar, claro.
Impresiones generales
La sala llena, el Studio Theater, de bote a bote. Ese teatro recuperado, tan hermoso, tan de época, tan acústico. A la justa medida del espectáculo que se venía.
La sencillez de la pareja de artistas, su modo de demostrarse respeto y cariño. Su manera de acompañar la intención del otro, como una suerte de complicidad musical que solo necesitaba el encuentro.
Dicen en el material que acompaña al disco que presentan (Lentamente, Sony Music, 2024) que fue “grabado en una única sesión, sin interrupciones entre tema y tema”. El recital manifiesta la misma espontaneidad de seguirse una al otro, uno a la otra, dándose libertad y espacio. No es descuido, claro: es espontaneidad en comunión. Parece que hacen música juntos hace añares, pero no, se conocieron en Madrid en 2022.
El difícil arte de interpretar
Y en las sensaciones generales hay una barrera crucial para romper. Interpretar de temas populares, muy populares, exige la capacidad de hacer olvidar la versión que el auditorio tiene en su cabeza. Todos tenemos una versión preferida de cada tema.
Aquí el desafío parecía doble, porque las versiones tienen solo la compañía de una guitarra austera, que a veces solo pone un bajo o un punteo sencillo. Y el fraseo en el canto no siente ninguna obligación de “raíces” o mandamientos musicales. Está al servicio de la sensibilidad de lo que se está diciendo, de lo que se quiere transmitir.
Y lo cierto, es que la magia ocurre: fueron 15 temas muy conocidos y en las casi dos horas de música difícilmente alguien haya extrañado una versión anterior a la que estaba escuchando.
Tengo la fortuna de haber visto varias veces a Falú. No hace falta tratar de describir cuánto lo admiro.
En varias ocasiones, lo vi en salas pequeñas, con mucha intimidad, casi en un círculo de amigos por la confianza y la calidez que pone en la comunicación con el público. Siempre con sus partituras, siempre disfrutando los arreglos y siempre serio. A veces, hasta muy serio.
El jueves 19 tocó sin parar de sonreír cada vez que sacaba un acorde mágico, un cambio de clima, un remate, miradas cómplices con la compañera, de códigos y mensajes sobre lo que está saliendo; compartir con ella, como si estuviese jugando.
La realidad es que lo vi disfrutando como si fuese un niño, explorando y descubriendo y sobre todo, poniendo su guitarra al servicio de la sensibilidad de su compañera. Que responde a cada descubrimiento de Falú con un propio.
Juan Falú y Silvia Pérez Cruz no quieren protagonismo: han decidido que el protagonismo lo tiene el repertorio que eligieron. Y por eso, mejor, nada mejor que ir por partes para contar lo que se vivió.
Tema por tema
Sale sola al escenario Silvia Pérez Funes. Y casi sin decir palabra se larga con algo que suena como una nana española, a capella. Anticipa algo de lo que van a experimentar por primera vez lo que no la conocen. Toda una dulzura y una sensibilidad muy especial, pero todavía muy ibérico.
Lo presenta, con modestia, con respeto, con mucho cariño, al Maestro Juan Falú y ahí empieza la experiencia de comprender hasta dónde pueden estar muy próximas las zambas y el flamenco con La Nostalgiosa y La Nochera.
Esta es una “Nochera” igual que la nuestra, mojada de luna, pero encendida por otras estrellas, las que se ven del otro lado del mundo. De repente, en cada tema, dentro de la melodía y el ritmo conocidos, aparecen melodías que estaban ahí, pero ocultas. Ritmos y formas de decir que siguen haciendo zambas, pero otras zambas, en lo mejor de ellas, viejas y nuevas.
En un reportaje previo, Silvia contó que “Estoy cantando un repertorio que tampoco es de mi tierra y eso me lleva a pensar en la importancia de la emoción para poder conectar, a pesar de no conocer el territorio ni tener esas memorias”. Durante el recital cuenta que “estas canciones fueron amables conmigo, se dejaron cantar”. Esa tal vez sea la metáfora que mejor describe la sensibilidad: No elegimos las canciones, ellas nos elijen y deciden si las podemos cantar».
Después vino Chacarera de las Piedras (Yupanquí). El fraseo propone el diálogo de quién te está contando algo en confianza, parece cualquier cosa menos una chacarera y cuando parece que nos perdimos en otro ritmo, la guitarra avisa, reafirma en un solo rasguido, qué es eso que está cantando todo el público.
Tan enfervorizados que a Falú no le queda más remedio que decir, hasta medio apesadumbrado: “Moderen un poco, que son más efusivos qué en Tucumán”. El único error detectado: le presumió a la mediterránea cantora del fervor de sus pagos pero se quedó corto con el de los mediterráneos argentos.
Algarrobo (J. Falú, Marcela Neme), un poema con música de Juan. Una vidala con la guitarra haciendo, suavecito, de caja. Silvia cuenta que es el Algarrobo que habla.
Y el algarrobo dice: “Esquivando la tristeza, mi tronco tan estrujado, se disfrazó de guirnalda para andar carnavalendo”. Y cuando Pérez Cruz nos lo canta, parece que ella misma carnavalease desde siempre.
Hay ahí unos puentes en la vidala, en como la frasea; hay algo ahí que te hace pensar en el samba, en su cadencia, algo que te deja un saborcito a Brasil. Y como para confirmar lo que se está escuchando viene el recuerdo de Falú, de su exilio en Sao Pablo, que no siempre fue amable en los duros años de la dictadura argentina.
Esta noche es todo alegría y sonrisa. Falú disfruta cada arreglo, cada sorpresa en el canto, disfruta de estar ahí y de poder compartir. Y entonces se acuerda bien de Sao Pablo. Dice que hay allí una ciudad hermosa, brillante, pero que difícil de descubrir. Y viene Sampa (Caetano Veloso).
Hay algo mágico en la música, de cosas que están sin hacerse presentes, como escondidas o insinuadas. Las formas, los tonos, pero sobre todo, el sentimiento, hacen inequívoca la presencia del samba y al mismo tiempo se puede pensar en esas composiciones de Piazzola, tan llenas de tango en dónde no parece encontrarse ninguno. “Qué bonito sería un tangazo” se anima a pensar el cronista.
Pero queda en deseo porque viene Piedra y Camino de Yupanqui. De un sueño lejano y bello, todo el público se hace peregrino. Falú es más argentino que nunca y la cantora nos muestra cuán cantaora puede ser cuando quiere.
Un recurso de complicidad: si la cantora quiere repetir el verso, a la guitarra no le importa repetir el compás y esperar, y acompañar cada repetición, todas las que hagan falta. Entonces el agua del río que “llega cantando” corre entre las sillas de la sala y la pena de peregrinar por algo lejano inunda la sala. La guitarra se demora en el final para que no se rompa la magia.
Se salen del Disco que están presentando y aparece una versión furiosa de La Vieja, chacarera a mil en la guitarra, con la voz descansando.
Y entonces viene el primer tango, Nostalgias y sin respirar, vuelven a Brasil con Carinhoso, una composición tradicional de Pixinguinha y Braguinha.
En ese punto tomo conciencia de que el recital es en el fondo una puesta en valor, como dicen hoy los arquitectos: una forma de mostrar los valores de algo que a lo que el tiempo y el uso, deslucieron. Están poniendo en valor la conexión entre el origen español de buena parte de toda nuestra música y las hermandades latinas. Solo queda preguntarse hasta dónde llegará la excursión.
Y en respuesta, sigue, fuera del disco, una visita a centro américa con el bolerazo Vete de Mi.
La puesta en valor ya había visitado el norte argentino pero no el litoral, así que se despachan con una versión de Oración del Remanso (el Cristo de las Redes de Jorge Fandermole).
Mientras la guitarra pone los remolinos del agua, viene el “uno no piensa más que en morir”. Es imposible describir el contrasentido total de presenciar esa vivencia tan intensa de la tristeza y de la desesperanza, sintiendo algo parecido a la felicidad. Pero eso es lo que pasa.
Por lo menos, eso parece sentir el público que se pone de pie para aplaudir y no quiere dejar de aplaudir.
Amagan con hacer el último tema y la súplica surte efecto. Entonces dicen que la penúltima, fuera del programa original del concierto, será el último tema del Disco: Mi Última Canción Triste, composición de la propia Silvia Pérez Cruz. La cantora avisa que “ya caduca este otoño, mi alegría suelta el moño y mi risa cante indemne”.
Y de ningún modo fue la penúltima. Hubo espacio para una dulcísima versión de Eulogia Tapia y en los bises una Cucurrucucú Paloma que hizo empalidecer a Pedro Infante y al mismísimo Caetano.
La puesta en valor iberoamericana termina con el súper bolero “Contigo en la distancia”, del cubano César Portillo de la Luz.
Se cae a pedazos el auditorio. El público no vuelve a pedir otra, pero no se quiere ir. Los artistas se abrazan. Misión cumplida: el arte volvió a iluminar las almas.