Infancia y memoria tras el telón de acero: los escombros del comunismo como cantera narrativa

“Mi escuela se llama Escuela General Radu Negru. Papá me contó una vez que había sido un antiguo vaidova rumano, y que era una buena escuela para ir, porque radu, aunque fuera una palabra de origen eslavo, significa alegría. Sin embargo, allí nunca hay mucha alegría”, escribe Corina Oproae (Transilvania, 1973) en las primeras páginas de la novela con la que ganó el último premio Tusquets y abrió una rendija, otra más, a las infancias opacadas por el telón de acero.

Al otro lado, lo de siempre: el escalofrío cotidiano, la opresión como moneda de cambio y el imperio de la delación la Securitate, la temible policía secreta de Ceaucescu. Memorias sepultadas bajo los escombros del comunismo que asoman ahora la cabeza gracias a títulos como ‘La casa limón’, libro en el que Oproae evoca su infancia en la República Socialista de Rumanía y hace las paces con su pasado. “No toda la literatura ha de salir de la herida, pero en mi caso tiene algo que ver”, reconoce la escritora y traductora radicada en Cataluña desde 1998. 

Años antes, con apenas 17, Oproae pegaba la oreja al transistor y sintonizaba las emisiones de Radio Europa Libre para descubrir en ‘La actualidad rumana’ que algo estaba a punto de cambiar. Y de qué manera. «Comienza a prestar atención sólo cuando escucha a un testigo ocular que explica que hace dos días había miles de manifestantes y que consiguieron entrar en la sede del partido sin que el ejército o la policía les haya detenido», leemos en la novela.  

La escritora Corina Oproae / MANU MITRU

«¿De dónde cayó el comunismo?»

Diciembre de 1989. Una revolución a la vuelta de la esquina y un libro que acaba justo cuando el comunismo se desploma. «Hasta entonces, vivías esa realidad como si fuera la única, aunque supieses que había algo más. Como niño, no había ninguna comprensión, porque los adultos tampoco te explicaban nada de lo que ocurría», recuerda. 

Años después, fue precisamente una pregunta de su hija Stela tras un viaje familiar a su país de origen (“Mamá, ¿de dónde cayó el comunismo?”, le dijo) lo que llevó a la también poeta a hacer memoria, hurgar en sus viejos diarios y desenterrar recuerdos que no contaba con convertir en material literario. “Yo no planeé este libro, para mí también fue una sorpresa”, asegura.

En el retrovisor, espoleando el pasado, un estado policial siempre altera y un derrumbe físico que anticipa ese otro desplome que estaba por llegar. “Los que en nuestro país se preocupan por la gente nos han cambiado la casa limón por un piso en un bloque de color gris que papá detesta. Un piso que el padre llama una caja de cerillas”, escribe Oproae. 

El comunismo podría haber sido algo maravilloso si la naturaleza humana fuese otra

Esa casa que, como tantas otras, el régimen de Ceaucescu arrasó para que todo el mundo viviese del mismo modo en bloques de pisos idénticos, funciona para la escritora como perfecta metáfora de lo que podría haber sido y nunca fue. “El comunismo podría haber sido algo maravilloso si la naturaleza humana fuese otra”, sentencia una autora que ha escrito ‘La casa limón’ en castellano porque, asegura, el rumano aún le duele demasiado. “No puedo escribir porque no quiera, sino porque no puedo. Cuando nació mi hijo, que ahora tiene 21 años, le hablaba en rumano, pero entonces murió mi madre y fue un golpe tremendo; me enfadé con el mundo, con el país y con la lengua”, recuerda.

Lea Ypi posa en el patio del CCCB en 2023 / FERRAN NADEU

Abrazar a Stalin

El mismo camino que ha tomado ahora Oprae, ese acercarse a la Rumanía comunista y poscomunista desde una mirada infantil, lo siguieron antes Hertha Müller, Norman Manea o Mircea Cărtărescu, y lo comparten ahora autoras que también han narrado los estertores de la misma época en sus libros más recientes. Es el caso de Lea Ypi (Tirana, 1979), crecida en la mentira y, por su propio bien, en la supuesta adoración al líder supremo albanés Enver Hoxha, y enfrentada a ese pasado en ‘Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia’, ensayo histórico y autobiográfico que ilumina el hundimiento del régimen comunista en Albania, último bastión del estalinismo en Europa. “Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin”, escribe Ypi en las primeras páginas de un libro que, publicado por Anagrama el año pasado, resigue también el traumático paso del país al capitalismo y su posterior quiebra. 

Un tormenta perfecta de crisis encadenadas que a otro autor, el húngaro Attila Veres (Nyíregyháza, 1985), le sirve para explicar la compleja y confusa realidad surgida tras el desplome del comunismo en Hungría. “No diría que vi caer el comunismo, porque tenía cuatro años o algo así, pero sí que recuerdo haber crecido en un ambiente de agitación, en un mundo que se acababa de desmoronar y que no se había logrado reconstruir”, resumía Veres, autor de la espeluznante antología de cuentos ‘Negro tal vez’, a su paso el pasado mes de noviembre por el Festival 42 de literatura fantástica. 

“Han pasado años, hubo una generación de escritores que escribió desde la disidencia; otra que lo hizo enseguida, con cierta urgencia y una intención de denuncia; y ahora quienes escribimos lo hacemos sobre todo desde una especie de nostalgia, pero no por echar de menos ese régimen absurdo, sin por el país y las personas”, explica Oproae para tratar de resumir una tendencia que atraviesa la literatura europea y llega también hasta Buenos Aires, donde Natalia Litvinova (1986), escritora bielorrusa afincada en Argentina desde que tenía 10 años, ha dado forma a ‘Luciérnaga’, premio Lumen de novela 2024 y evocación de una infancia tóxica y radioactiva a pocos kilómetros de la zona cero de Chernóbil. 

Natalia Litvinova / Alberto Pombo

Silencio y exilio

“Los primeros años de mi vida coincidieron con la recesión económica y el fin de la Unión Soviética. En los almacenes desaparecieron el jabón, los corpiños, el papel higiénico, el aceite, los pañales, la leche. Las góndolas de licores y conservas se llenaron de repollos y los mercados se transformaron en un huerto arrasado. La vida se convirtió en una extensa fila de espera; a cada familia se le entregaban cupones para los productos que podían adquirir cada mes, los más valiosos eran los de los cigarrillos y el alcohol”, escribe Litvinova al comienzo de una novela de exilio, memoria y familias aplastadas por el silencio. 

Una novela que, como ‘La casa limón’, viene a contrarrestar el riguroso silencio administrativo y social que parece haberse institucionalizado en muchos países renacidos tras el telón de acero en la década de los noventa. “El pasado mes de mayo me invitaron a leer poemas a un instituto de Rumanía y, como vi que la poesía no les interesaba demasiado, les leí el fragmento de la novela de la demolición de la casa, que justo era el que tenía traducido. Fue muy interesante, porque los estudiantes me decían que algo les sonaba pero que no sabían muy bien qué pasó. Ha habido una especie de amnesia colectiva y mucha gente no tiene muy claro quién era Ceaucescu o qué pasaba exactamente en el país”, ilustra Oproae.

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