Por Aldo Parfeniuk
(Ensayista poeta y periodista)
El último libro de Mónica Flores se titula “Las Estaciones” y en 230 páginas (Babel, Córdoba) va recorriendo 41 estaciones de un viaje a través del tiempo y de una vida que, si es la de la autora –como parece, aunque con los nombres de los viajeros cambiados- no se vale de ello como recurso para impactar o sorprender con sus vivencias y aventuras a quienes la lean -que pueden o no ser amistades o gente conocida- sino que se ofrece como una propuesta literaria que vale sobradamente por su construcción como tal, por más que su atractivo principal sea ese “no querer” parecerse a un artefacto literario.
El hecho es que la autora escribió un libro que devuelve las ganas de leer historias. Su hacer diría que responde a una poética recombinante, en tanto articula, cruza y complementa géneros y saberes que la autora cultivó en las aulas universitarias y desarrolló profesionalmente en diferentes etapas de su vida, según nos va enterando ella misma -. Me detengo en el detalle porque tales competencias, unidas a una gran capacidad de observación, tanto de lo humano cuanto de climas y contextos, permiten explicar en buena medida tanto su objetivo y escritura cuanto la organización misma del libro. El manejo de disciplinas y prácticas como Historia, Comunicación o Literatura no solo hicieron posible, sino que alimentan, sustentan y le dan “vida natural” al texto.
La autora sabe organizar y evaluar los componentes de una historia y comunicarla con naturalidad y verosimilitud, administrando debidamente tiempos, extensión y tensiones; sin dejar de incluir títulos y autores ( Galeano, Fanon, Sábato…) que señalan conocimiento y preferencias, además de dar indicios sobre lo ideológico y generacional. Los saberes disciplinares ya mencionados, más la experiencia obtenida en la publicación de varios libros anteriores -incluyendo poemarios- se suman a una vida personal de experiencias para nada monótonas o aburridas, aunque por tramos -y así nos lo hace saber- su camino se torne angustioso y lleno de dudas; de encuentros y desencuentros. Ese camino, también, recorre y recoge el testimonio de una experiencia política traumática de nuestro país y de Latinoamérica que quienes la conocemos, sabemos que Mónica (Flores) vivió intensa y dolorosamente, tocándola muy de cerca. De cualquier manera, el resultado final de ese todo concluyó en un libro realmente jugoso y bien escrito: que tiene asegurado un buen lugar en el actual panorama de libros de historias testimoniales (muchos de los cuales -hay que decirlo-no siempre se dejan terminar de ser leídos) La de M.F. es una escritura que tras su pareja linealidad oculta badenes de una profundidad que tampoco se presenta como tal y que solo cuando uno ya está dentro de ellos la advierte. Breves párrafos -sobre todo de cierre de “estaciones”- trabajados con inspiración, oficio y agudeza, abrochan los breves capítulos que hacen que esta escritura, que este libro, sea como la vida; aunque no sea la vida. Sí puede decirse, más bien, que se trata de vida bien acumulada; re-sentida, re-pensada y, en suma, re-vivida: objeto clave de todo arte, y que con trabajada sencillez logra con su libro Mónica Flores.
Poco importa si estamos ante un texto autobiográfíco, una selección pulida de partes de un Diario; una saga familiar o un mix de ficción y testimonio que va cronicando un viaje con sus estaciones de vida, tiempo y lugares: hay un poco de todo eso en “Las Estaciones”. Lo valioso es que se va recombinando y rediseñando literariamente, hasta concluir en una lograda obra hecha con palabras ajenas a todo artilugio, y que solo respiran autenticidad y sensibilidad. Palabras que invitan a ser seguidas sin tropiezos mediante una atracción que nunca decae, pidiéndonos continuar el viaje hasta la última estación. Que quizás no sea la final…