Estamos obligados a aprender

27 de enero de 1945. Hoy es un día triste. Hace 80 años, en el gélido invierno polaco, el Ejército Rojo en su avanzada sobre los territorios ocupados por los nazis, entró en Polonia y se topó con Auschwitz. No lo buscaban. Se dieron de bruces con ese horror. No sabían que estaba.

Los soldados soviéticos encontraron cuerpos emaciados que apenas se podían sostener, esqueletos cubiertos con piel delgada, seca y desgarrada, vacíos y mudos, sin fuerzas ni para llorar. Jorge Semprún, que estuvo prisionero en Buchenwald, relata en La escritura o la vida su desconcierto al ver la mirada de los soldados ingleses a su ingreso al campo. ¿Qué era esa expresión inédita en sus ojos? ¿Sorpresa? ¿Incredulidad? ¿Qué era lo que veían que los paralizaba y les hacía contener el aliento? Solo él estaba frente a ellos, ¡lo estaban mirando a él! ¡Él era esa imagen absolutamente imposible de componer. La expresón de los militares era el espejo que mostraba el espanto en que se había convertido.

Al entrar en el complejo de Auschwitz-Birkenau-Monowitz los soldados rusos recibieron el mismo impacto, un infame descenso a los infiernos en esos cuerpos puro ojo, puro hueso, pura ausencia.

La peor cara de nuestra humanidad. Hace ochenta años. Un día como hoy.

La develación de tal espanto con esa capacidad de odio y crueldad, la evidencia del grado de iniquidad infligido sobre seres humanos, instaló un mensaje desalentador que nos sigue interpelando. El hombre puede ser el lobo del hombre.

Hemos hecho mucho desde entonces. Sabemos desde aquel día que el “nunca más” ha sido un “otra vez, otra vez y otra vez”. Sabemos, sin asomo de duda, de lo que los seres humanos somos capaces dado cierto contexto, cierto relato manipulador y una propaganda insidiosa. Sabemos que la moralidad se puede pervertir y que es posible naturalizar la tortura, el asesinato y el genocidio.

Los relatos que contarán las recientemente liberadas secuestradas de Gaza y los que aún serán reintegrados a sus vidas nos traen el mensaje confirmatorio, una vez más, que en aquel 27 de enero de 1945 la Humanidad comenzó a saber.

Hoy es un día triste, como lo es muchas veces la verdad. Ya que pareciera que no lo podemos evitar, estamos obligados a aprender para estar preparados. Es un día que invita a persistir e insistir en la educación de aquellos valores que hacen posible una convivencia social pacífica.

Hemos hecho mucho. Pero el camino sigue siendo largo, todavía falta, y mucho. No sé si llegaremos alguna vez a que termine el odio, la injusticia y la crueldad, ese edén prometido que nos es tan esquivo. Vivamos todos los días como si fuera posible. A veces desear un milagro es tan milagroso como el milagro mismo.

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