Muere Marianne Faithfull, icono pop de los 60 y voz superviviente del lado oscuro

En los años 60, fue el ángel pervertido por el rock’n’roll, víctima del lado oscuro de la primera era pop (y a su consumo de sustancias), para, una vez sorteados todos los abismos, emerger como una lúcida superviviente, sacando oro de su voz trinchada y entregando magnéticas obras llenas de penumbras. Se diría que fueron varias, las vidas de Marianne Faithfull, extrayendo lecciones de cada descalabro y fundiéndolas con músicas cambiantes: cabaret alemán, jazz-blues de vanguardia, pop de autor. Encajados diversos reveses en su madurez (cáncer de pecho, hepatitis C, covid persistente), su salud se quebró para siempre este jueves, a los 78 años, cuando falleció en paz en Londres en la compañía de su querida familia, anunció un portavoz de la artista.

En primera instancia, está la Faithfull icono del ‘swinging London’ de los 60, sonriente pareja de Mick Jagger y compañera de correrías de los Rolling Stones, para bien y para mal, dado el progresivo apetito por la cocaína y, más tarde, la heroína, drogas con las que su novio sí supo mantener distancias. Ella ya era una mujer casada (con el artista plástico John Dunbar) y madre de un hijo (el único que llegaría a tener, Nicholas, nacido en 1965, cuando ella tenía 18 años), y acumulaba un llamativo currículo familiar: padre oficial de la inteligencia británica; madre heredera de la nobleza austro-húngara, que había sido bailarina de la compañía de Max Reinhardt (y cuyo tío, Leopold von Sacher-Masoch, inspiró el término ‘masoquismo’).

Con la tribu ‘stone’

Aunque se inició como cantante folk, pronto se vio situada en la órbita ‘stone’ con una primera grabación, la bella balada ‘As tears go by’ (1964), compuesta por Jagger, Keith Richards y el mánager Andrew Loog Odlham. Tuvo otros éxitos, pero fue más importante su letra de ‘Sister Morphine’, canción que los Stones publicaron sin incluir su nombre en los créditos (falta subsanada dos décadas después por vía judicial). Algunas piezas del grupo reflejaron la crisis de la relación de Jagger con Faithfull, caso de ‘You can’t always get what you want’. Y en el siguiente capítulo ya podemos verla, a principios de los 70, distanciada del círculo del glamur, malviviendo durante dos años en la calle, en el Soho londinense, enganchada a la heroína, sufriendo anorexia y aprovechando cualquier oportunidad de perder una oportunidad, como explicaría años después en su libro de memorias (en castellano, ‘Una autobiografía’, Celeste, 1995).

Pero Marianne Faithfull resurgió, y artísticamente, a diferencia de muchas figuras de su generación, lo mejor estaba por llegar. Su álbum de regreso, el filo-country ‘Dreamin’ my dreams’ (1976), no dejó mucha huella, pero el siguiente, ‘Broken English’ (1978), atrapó no solo a los nostálgicos del mito ‘sixties’ sino a los hijos de la revolución punk con su estética fría, de guitarras ariscas y sintetizadores, y su poesía del lado salvaje (apreciable en tres letras propias). Y esa voz granulada, como si saliera de varias guerras mundiales. Con todo, seguía enganchada, y su primer álbum confeccionado sin influencia de las drogas no llegaría hasta 1987 con ‘Strange weather’. Trabajo exquisito, con producción de Hal Willner y músicos como Bill Frisell, Robert Quine y Dr. John, en el que retomó su viejo ‘As tears go by’ entre texturas oníricas.

Noches de cabaret

Los 90 fueron los años de su rehabilitación pública, con una carambola comercial (la inclusión de ‘The ballad of Lucy Jordan’ en la banda sonora de ‘Thelma y Louise’), el majestuoso álbum ‘A secret life’ (con textos propios y músicas de Angelo Badalamenti) y sus sinuosos espectáculos a voz y piano en torno al repertorio del cabaret berlinés de entreguerras, que la trajeron por primera vez a Barcelona (Aliança de Poble Nou, 1997) y que condujeron al disco orquestal ‘The seven deadly sins’, con las canciones de Weill y Brecht.

Todo había cambiado y una nueva generación de artistas la elevaba a los altares, de lo cual ella sacó partido en varios álbumes de pop adulto hecho a medida: en ‘Kissin time’ (2002) contó con Blur, Pulp, Beck, Billy Corgan y Étienne Daho, y en ‘Before the poison’ (2004), con PJ Harvey y Nick Cave. Desarrolló una vertiente de actriz en el cine, con un sonado papel de emperatriz en ‘María Antonieta’, de Sofia Coppola, y un papel en una de las historias (dirigida por Gus Van Sant) del filme ‘Paris, je t’aime’. Realizó numerosas giras como cantante, con una última cita en Barcelona (Palau de la Música, 2014), en la que actuó ayudándose por un bastón tras haberse fracturado la cadera en una caída.

Sus últimos conciertos fueron en 2016, y en el plano discográfico, su obra de despedida ha resultado ser ‘She walks in beauty’, firmada a medias con Warren Ellis (de los Bad Seeds de Nick Cave). Ahí, debilitada por el covid, ya no cantaba, sino que recitaba un muestrario de poemas de sus héroes románticos (Lord Byron, Shelley, Keats) sobre un manto sonoro en el que tomaban parte Cave y Brian Eno. Uno de los textos era el artúrico ‘The lady of Shallot’, fuente de inspiración de Jagger en ‘As tears go by’. No era posible cerrar el círculo sin volver a evocar el sueño de una vida ‘stone’.

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