Ombliguismo, contradicciones y bolsones de violencia autoritaria

La semana comenzó con el entendible efecto que las elecciones para el Parlamento Europeo generaron en la opinión pública. Confirmado el crecimiento de la nueva derecha a expensas de la socialdemocracia, los verdes y los liberales, con los populares manteniendo su presencia, algunos sectores expresaron preocupación e interrogantes sobre cómo la nueva correlación de fuerzas podría impactar en cuestiones vitales como el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa, las migraciones y la política comercial. ¿Cuál sería el futuro del tan postergado acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur? Otros observadores asociaron el crecimiento de la nueva derecha con los cambios en el comportamiento electoral del año pasado en nuestro país.

¿Hay algún elemento en común desde el punto de vista ideológico o vinculado a la naturaleza de los nuevos liderazgos? No es sencillo establecer criterios comparativos lógicos si se admite que el fenómeno de la “extrema” derecha europea tiene un sinfín de vertientes: por ejemplo, mientras Giorgia Meloni es atlanticista, defiende a Ucrania y apuesta por mejorar la UE, Marine Le Pen es apoyada por un electorado que critica a Macron por confrontar con Rusia y exhibe una especial tirria contra la burocracia comunitaria. Asimismo, estas nuevas expresiones políticas suelen tener cuotas de “euroescepticismo”, pero, a diferencia de lo que ocurrió con el Brexit (del que están ahora arrepentidos la mayoría de quienes lo votaron) o con los albores del Frente Popular francés, no buscan aislarse del proceso de integración ni cuestionan el proyecto europeo.

Si interpretamos lo ocurrido en Europa como disconformidad o protesta de un segmento relevante de la población, comprenderemos lo que está por ocurrir en el Reino Unido, donde la mayoría de los sondeos de opinión pública sugieren una contundente próxima victoria del Partido Laborista. Difícilmente alguien se anime a afirmar, como escuchamos estos días respecto de lo ocurrido en el continente, que la ola libertaria en general y el liderazgo de Javier Milei en particular puedan influir en esa elección. Parece sobrevivir un evidente “ombliguismo” que cruza el arco ideológico vernáculo. Nuestra identidad nacional tiene infinidad de valores positivos de los cuales debemos sentirnos orgullosos. La humildad no es, lamentablemente, uno de ellos.

Otro elemento polémico repetido hasta el hartazgo en estas jornadas, tanto en el Senado como en eventos académicos o empresariales en los que participan el Presidente y otros referentes del oficialismo, es que la Argentina fue “el primer país del mundo” y que dejó de serlo hace 100 años. Además, por culpa del peronismo, nuestra decadencia habría experimentado una aceleración hasta alcanzar la dramática situación actual. En esto último existe un consenso amplio, aunque varían las narrativas respecto de la etiología de nuestro sombrío destino.

Vale la pena destacar que, si bien el país fue capaz de alcanzar un éxito temprano en su desarrollo, de ninguna manera fue una “potencia mundial” ni estuvo exento de momentos críticos que pusieron en duda su continuidad y estuvieron asociados a fenómenos que, más tarde, suelen interpretarse como pésimas decisiones de políticas populistas. Recordemos la gran crisis de 1890 y el enorme default de la deuda externa, una especie de 2001 versión siglo XIX, incluyendo la fragmentación de los partidos existentes y el surgimiento de nuevas fuerzas políticas (el radicalismo y el socialismo). Asimismo, durante la Primera Guerra Mundial se dio un proceso de sustitución de importaciones por el colapso del comercio internacional que derivó en el crecimiento de la industria nacional en diferentes rubros. Más: el incremento del flujo migratorio posterior a la culminación del conflicto bélico generó una crisis en la vivienda popular que terminó con una intervención en el mercado de alquileres para regular los precios, con el aval de la Corte Suprema de Justicia.

Las semillas del “socialismo empobrecedor” estuvieron plantadas bastante antes de la llegada del peronismo al poder. Sin embargo, llama la atención que el principal antecedente que Milei y los libertarios toman para legitimar las políticas actuales son las reformas estructurales implementadas durante la presidencia de Carlos Menem, cuyo busto fue incluido, con justicia, junto al resto de sus pares. Recordemos que se trató de un típico exponente del Movimiento Nacional Justicialista y que el actual gobierno tiene múltiples integrantes que trabajaron para (o incluso fueron elegidos como) peronistas, comenzando por Guillermo Francos y Daniel Scioli. A propósito, Milei trabajó como técnico para la campaña presidencial de este último, hace una década. O el peronismo no es tan malo o los problemas del país son un poco más complejos de lo que supone la narrativa oficialista. También se olvidó de Menem el senador Mayans cuando, antes de la votación de la Ley Bases, trazó una continuidad entre las políticas económicas actuales y las de la Revolución Libertadora, Onganía, el Proceso y Macri.

La Argentina fue un país violento, tanto el Estado como su sociedad civil. Uno de los pocos grandes logros de estas cuatro décadas de democracia es haber superado esa situación, pero persisten bolsones acotados de autoritarismo. Los vimos actuar con desparpajo en los alrededores del Congreso durante la sesión en el Senado, con el apoyo y la justificación de algunos legisladores, en especial del kirchnerismo. Un hecho muy destacable es que el Estado supo ejercer su rol y utilizar la fuerza para reaccionar con eficacia y controlar los desbordes. Numerosos detenidos fueron puestos a disposición de la Justicia, a la que ahora le toca investigar si hubo un intento de golpe, como dijo Milei; si participaron escuadrones de tareas o de choque entrenados fuera de la Argentina, o si recibieron ayuda de grupos organizados que ya actuaron en otras partes de la región, como por ejemplo en Chile en octubre de 2019.

¿Se trató de una represión desmedida o de una respuesta proporcional al desafío a las instituciones de la democracia? Esta vez, como había sido comunicado, el “Estado presente” ejerció legítimamente la fuerza para restablecer el orden. El resultado: el Congreso siguió sesionando con normalidad. Dicho de otra manera, fracasaron los que querían evitar el funcionamiento de la democracia, a diferencia de lo ocurrido en diciembre de 2017.

La ley finalmente vio la luz, en una lógica y esperable versión light respecto del proyecto original y hasta de su segunda versión. Aun cuando el Poder Ejecutivo mostró una férrea voluntad de negociación que se extendió hasta último momento, el bajo peso relativo de La Libertad Avanza en el Parlamento jugó en contra de las en principio ambiciosas pretensiones presidenciales. Quedará ver, a partir de su implementación, qué resultados generará y cómo resolverá el Gobierno el agujero fiscal consecuente de que no se haya restablecido el impuesto a las ganancias para la cuarta categoría, que compromete el superávit financiero que continúa siendo, según confirmó Milei, un objetivo inquebrantable. Más allá del resultado, el maratónico debate en el Senado desnudó la pasmosa mediocridad de la mayoría de nuestros legisladores. En algunos casos, daba vergüenza ajena escuchar cómo tropezaban con conceptos más que básicos sobre política pública, cuestiones domésticas o política internacional. La pelota queda ahora en manos de la administración Milei, que deberá demostrar que sabe gobernar. Hasta ahora, la gestión y la comunicación son sus asignaturas pendientes.

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