Marcela Kloosterboer se dio un gran gusto personal antes de terminar el año. En la previa al fin de semana largo, la actriz viajó con su familia a Cataratas del Iguazú, uno de los destinos turísticos de Argentina considerado una de las maravillas del mundo por sus imponentes paisajes.
Marcela se fue con sus 2 hijos, Juana y Otto y con su marido Fernando Sieling a Misiones para recorrer, entre todos, las imponentes pasarelas que llevan a las distintas gargantas que conforman las famosas y bien ponderadas Cataratas, dueñas de una imagen imponente producto de la fuerza y el caudal de sus aguas.
Súper felices, chochos de estar viviendo esa mágica experiencia entre todos, Kloosterboer y los suyos caminaron todo lo necesario por los parques nacionales sorprendiéndose al paso de todos los detalles que imprime la estética del lugar, más allá de lo que de por sí significa el disfrutar de la vida al aire libre.
Y a la hora de recuperar energías, de reconfortarse del cansancio de las actividades de paseo, Marcela, los nenes y su esposo recuperaron energías en un coqueto hotel 5 estrellas en el que se alojaron con exclusiva vista a uno de los corazones de uno de los sitios más espectaculares de latinoamerica.
LA LARGA HISTORIA DE AMOR DE MARCELA CON SU MARIDO
«Lo conozco desde que tengo 13 años. Él jugaba al rugby con mi hermano, que me lleva un año y medio. Siempre me gustó, me pareció lindo; siempre había algo ahí con él. Hubo un año en que mi hermano se fue con 12 amigos, entre los cuales estaba él, a una casa en Vail, en Colorado, a esquiar. Y yo fui a esa casa con los 12: era como una hermana, ¿entendés? Era… lo que cualquiera se imagine», contó Marcela, sobre la relación con Fernando, que lleva 15 años.
«Éramos todos un gran grupo de amigos. Ahí nació algo, aunque en ese viaje no pasó nada: cada uno estaba con su relación, los dos muy fieles. Al año siguiente empezamos a salir. De él me conquistó su seguridad. Había tenido otros novios que estaban más pendientes de mí, más encima, y él era muy relajado. Siempre marcó el límite: “¿Querés estar conmigo? Estamos. Si no, no”. Era un domingo 3 de la tarde y yo decía: “Bueno, ¿cuándo me va a llamar para invitarme a la casa?”. No me llamaba… Así fue cómo empezamos a salir. Y bueno, acá estamos».
