Andrés Baglivo es una de esas personas que parece haber vivido mil vidas en una. A sus 47 años -y en medio de lo que se percibe como el pico de la popularidad de su marca, Roberto Sánchez- Andrés esquiva las definiciones y se percibe a sí mismo más como un artista y un director creativo que un diseñador. Es que antes de ser la figura detrás de la marca que hoy transita el paso de una marca de culto a la masividad, Andrés fue muchas cosas. La más llamativa: futbolista de primera división.
Encontrar el camino
“Yo empecé mi carrera a una edad en la que la mayoría de las personas ya está resuelta: a los 35 años, el que es abogado ya trabaja en un estudio, el camionero ya maneja el camión…. Yo, en cambio, a esa edad no había entregado un currículum ni ido a una entrevista”, asegura. Sin embargo, el recorrido que lo llevó de las canchas de futbol a los talleres textiles y de ahí, a vestir a referentes de la música urbana es menos estrepitoso de lo que uno imaginaría y tiene una cuota de perseverancia enorme. Un aprendizaje que le dejó el mundo del deporte.
Como tantas historias de éxito, la de Andrés empieza con una crisis que se tradujo en desmotivación y una baja del rendimiento. En medio de ese momento de cuestionamientos, una amiga le propuso ir a trabajar con ella a una marca y la idea lo sedujo. “Empecé como repositor, después fui vendedor, después supervisor y terminé armando locales, campañas: haciendo dirección creativa”, resume. A esos años les debe un redescubrimiento que además lo llevó a dar los primeros pasos de su marca, que empezó como un proyecto enfocado en el vintage que tenía en simultáneo con su proyecto y operaba en la clásica galería Quinta Avenida. De esos años data también el PH en el que nos recibe, algo que soñó años antes de tener.
Yo vengo de un lugar muy humilde y para mi era muy importante comprar mi casa. Tenía mis ahorros, que no llegaban ni a un crédito hipotecario, pero igual empecé a mirar.
“La persona que me hizo el préstamo fue el dueño de la marca en la que trabajaba: al día de hoy sigo llamándolo todos los fines de año para agradecerle”, asegura. Desde el principio, su búsqueda se enfocó en los barrios de Mataderos y Liniers, los lugares que transitaba de chico, cuando vivía en los monoblocks de Villa Madero. “El barrio en el que vivíamos era difícil, pero mis viejos pudieron mandarnos a un buen colegio en Mataderos. Eso nos ayudó a salir un poco del barrio, porque curtíamos otra cosa”, se acuerda.
“Habiendo vivido treinta años en un monoblock yo soñaba con tener una casita o un PH donde tuviera algo afuera, aunque sea un balcón. Buscaba eso con muy pocos medios y así fue que llegué acá”
Aunque hoy el lugar se ve radiante y luminoso, cuando llegaron a verlo era completamente distinto. “Me acuerdo de que tenía mucho marrón y pisos de cerámico con un baño también en esos colores. Pero apenas subí la escalera y vi esta luz supe que era acá”, asegura. Después de muchas negociaciones y habiendo logrado bajar el precio, finalmente cerraron un acuerdo.
Contrario a lo que uno pensaría, los pisos de madera no significaron una gran inversión: un machimbre de pino se colocó del lado del revés y se cubrió con pintura revesta de alto tránsito.
Lo que siguió a la compra fue una obra que se hizo en etapas pero siempre bajo su dirección y a su gusto. “La gente que viene siempre me pregunta si soy fanático del azul, ¡la verdad que no! Solamente me gustó y lo hice así”, cuenta. Aunque para el que el que conoce su marca, es difícil no pensar en la paleta de “Air Sánchez”, su línea que remite a la estética de la aerolínea francesa.
Más ideas que otra cosa
Andrés -o Rober, como le dicen ahora- es un esteta nato y sabe lo que quiere. De la combinación entre ese gusto exigente, un presupuesto acotado y una gran cuota de creatividad nace esta casa, tan personal como contemporánea. “No existió una gran reforma de esas en las que se pone una bomba y se hace nuevo: acá las cosas se iban haciendo a medida que juntaba la plata”, confiesa.
La guía en ese proceso fue su idea y visión. De los nichos iluminados, a la búsqueda de detalles y materiales únicos lo que sobrevuela es una estética minimalista pero fuera de la media, que toma su inspiración en la década del ochenta, del noventa y dosmil.
En el hall de entrada, una escalera conduce a un nicho que funciona como sala de música. El espacio ubicado sobre el nivel estaba completamente desperdiciado y apareció detrás de un mueble mientras hacía la primera obra.
En ese espacio había un mueble que tapaba: cuando ue lo saquen y ahí surgió este lugar que estaba atrás. Diseñé la escalera y la mandé a hacer con un herrero y después le metí el style”,
La obra de la cocina fue un trabajo en conjunto con el arquitecto Federico Zanón. Acá los muebles laqueados en blanco se acompañan con alzadas y electrodomésticos de acero; el piso damero fue un pedido puntual de Andrés.
Dar nueva vida
El acceso que lleva a la terraza es además el lavadero. Acá, nuevamente el espíritu creativo fue capital para darle nueva vida sin invertir demasiado. Los pisos y escaleras se pintaron en azul lavanda mientras que la zona de la pileta del lavadero y lavarropas se revistió con un ploteo que guardaba de una campaña en su anterior trabajo.
“La última etapa de la obra fue la terraza: era un lugar al que se podía acceder, pero tenía los típicos pisos de membrana y un tanque de agua apoyado en el piso. Yo quería ver la maneta de aprovecharlo lo máximo posible, de ahí la idea de la ducha, la parrilla techada y el pasto sintético”
“Acá no hubo un plan, fue lo que me fue saliendo”, asegura Andrés. El hecho de que su estudio, única tienda exclusiva hasta ahora, esté es su edificio en Liniers es la prueba fehaciente. Lo cierto es que Roberto Sánchez saltó a la fama cuando la marca tenía muchos años pero poca estructura y se mantuvo así durante muchos años. “Me parece que el boom se dio en un momento en que yo ya estaba más parado en mi búsqueda y venía trabajando hace muchos años”, cuenta.
El gran punto de inflexión se dio cuando el Duki, que tenía alguna gente en común, vio lo que hacía y le gustó tanto como para poner en su perfil de Instagram “embajador de Roberto Sánchez”. “Eso fue una explosión e hizo que la gente empiece a venir acá a comprar, con cola!”, se acuerda. En medio de un proceso de crecimiento, la marca empezó a vender a mayoristas y sumar algunos puntos de venta, aunque nada le quinta la mística al garage de Liniers: donde todo empezó.